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sábado, 30 de agosto de 2008

Conversatorios con Andrés L. Mateo


Andrés L. Mateo nació en esta ciudad de Santo Domingo el 30 de noviembre de 1946. Desde muy joven participó en los movimientos culturales de su época y se distinguió como miembro del grupo cultural y literario La Isla. Publicó sus primeros poemas en el diario El Caribe, bajo el reconocimiento de don Manuel Valldepérez. En 1971 se marchó a Cuba donde estudió filología general y filología hispanoamericana en la Universidad de La Habana. Regresó al país a fines de la década del setenta y se integró al Departamento de Letras de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde ha realizado una labor docente por más de veinte años. Publicó su pri
mera novela, Pisar los dedos de Dios en 1979, con la que tuvo un amplio reconocimiento de la critica. Luego formará parte también de la sección de investigación literaria de la
Biblioteca Nacional y de Peña de Tres, programa de televisión que realizó, por varios años, junto a Tony Raful y Pedro Peix. Desde su llegada al país, Mateo brilló como uno de los intelectuales dominicanos de más valía. Fue director de la Editorial Universitaria y colaborador en periódicos, revistas del país y en el extranjero. En 1982 obtuvo el Premio Nacional de Novela “Manuel de Jesús Galván” con su obra La otra Penélope. Marchó de nuevo a La Habana donde se doctoró en ciencias filológicas, en 1993, con su tesis Mito y cultura en la Er
a de Trujillo. A su regreso al país, Mateo fue laureado con el premio de novela de la Universidad Pedro Henríquez Ureña por su obra La Balada de Alfonsina Bairán, luego obtuvo el Premio Pedro Henríquez Ureña de Ensayo con Mito y cultura en la Era de Trujillo. Finalmente, en el 1999, ganó el Premio “Arturo J. Pellerano” a la excelencia periodística y el Premio Nacional de Lite
ratura, por la totalidad de su obra literaria Andrés L. Mateo es, además, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. Sus primeras inclinaciones literarias estuvieron dominadas por la poesía. Actividad que se integró a una prosa que, después de un largo período formativo, encontrará concreción estética en su primera novela. Mateo ha contribuido significativamente al conocimiento y estudio de la estética literaria dominicana con la publicación de Manifiestos literarios de la República Dominicana (1984), en el
que realiza un análisis de los postulados de los principales movimientos de vanguardia que aparecieron en Santo Domingo en el siglo XX. ]




Una bandada de ciguas entró y salió del espejo, mientras leía el primer anónimo en el que me comunicaban que mi mujer me estaba pegando los cuernos.

Hasta ese día se podría decir que era dueño de una dicha sin nubes, que comenzó a mustiarse en la soledad de los labios repitiendo palabra a palabra las acusaciones fulminantes escritas en un delicado papel azul.

Leí en silencio. No tenía firma. Quien lo escribió demostraba urbanidad y hasta pena por lo que me comunicaba. Trazos elegantes que enjirafaban las letras subiéndolas hasta el cielo, pero al final, sin firma. Un ordinario anónimo.

En la confusión de mis ojos, leí de nuevo el nombre del destinatario. No había dudas, las finas letras enjirafadas decían mi nombre: licenciado Néstor Luciano Morera.

Vi cuando las bandadas de ciguas desfilaban al olvido, perdiéndose en la superficie del espejo, una detrás de la otra, calladitas. Pero los sonidos de cada palabra del anónimo eran como si me hubieran regalado una orquesta, sonando dentro de mí, cada instrumento cercándome con el quebranto de la duda, y la melodía toda convirtiéndose en la centinela de mi insomnio.

Sin mengua de mi hombría, me situé temblando bajo la luz de la infamia. El calor me caía de arriba, de un cielo limpio, de un aire cristalino, de un atardecer inocente. Llegó el olor que se advierte en el trópico cuando en la lejanía amenaza llover, y pensé que ese olor no se armonizaba con el cielo tan limpio. Fue entonces que lloré. Sí, como un pendejo, con piernas temblorosas y un desastre en la mente, el lagrimón veloz rodó caliente por mi mejilla izquierda. Llorar no es la hoguera final del sufrimiento, pero a uno no lo han educado para gemir las penas. Desde niño te reprimen el llanto, te atajan la congoja, te acomodan la conciencia para que aguantes como un hombre –coño– los ramalazos inesperados de la vida. Con esa costra a cuesta, harto de andanzas y sorpresas, uno llega a creer que únicamente lloran los pendejos. Y sí, lloran los pendejos.

Lloré. Esa única lágrima corriendo caliente por mi mejilla izquierda, que hice desaparecer rápidamente, entre aturdido y avergonzado, era como el presentimiento de que algo se agazapaba en la mortificación que comenzaba a tomarme. La sensación de que la vida enjuagaba en esa lágrima el trapo sucio de todos mis pecados. No podía estar en paz, con mi papel azul en la mano, creyéndome mirado, observado, como si fuera transparente, queriendo escapar en un rabo de nube que cruzaba veloz, figurándome que todos se reían, presintiendo en cualquier mirada de mis compañeros de oficina el vuelo de una ironía macabra. Sentí que era una barca navegando en el mar del rencor. Y odié las letras enjirafadas que describían la culpa, las flores rojas en la cabellera de la mujer que limpia la oficina, el portalón de aquella tarde de febrero bajo el que la recordaba empapada por la lluvia. Odié. Si lloré por pendejo, odié por equivocación, por la corazonada de que un férreo desdén desconocido, contra el que mi amor nada podía, estaba hundiéndome sin remedio en la desdicha.

Odié. Sin destinatario. Abriendo y cerrando las aletas de la nariz como si me molestara el olor rancio de una cerveza, lleno el corazón de ruinas, el rostro cavado por la contrariedad, sin ninguna imagen precisa en la que pudiera encarnar el rencor. Le inventé una cara a la mujer o el hombre que cinceló el anónimo con esas letras tan finas. Muchos rostros difusos, caras posibles, conocidas y desconocidas desfilaban por mi imaginación. Mi odio no tenía sentido, me tornaba a ser el niño desvalido que no tiene asidero en su desamparo, revolviendo la tristeza que provenía de las letras enjirafadas del papel azul que todavía tenía entre mis manos.

¿Entonces son suficientes unas líneas cínicas, redactadas con una falsa compasión, en la que se te comunica que tu mujer te es infiel, para que el mundo se te venga encima, para que veas venir la niebla y todo se derrumbe?, pensé.

La carta había venido en un elegante sobre, también azul, con una leve fragancia indescifrable. Me la entregó Elso, el mensajero de la oficina, maricón de carroza cuya feminidad nos es ya natural y tolerada. Tan pronto la leí, asustado, miré hacia él. Estaba en su lugar, un escritorio pequeño junto a la puerta de entrada, entretenido con unos papeles. Primero pensé en preguntarle quién se la había entregado, pero abandoné la idea. Fugazmente pensé que los anónimos compaginan con la personalidad de los maricones, y quise acusarlo. Luego volví a pensar que era imposible. Elso no se involucraría en un chisme de esa magnitud, entregándome él mismo el anónimo. Además, creo que me tiene afecto.

Elso es tuerto. Perdió un ojo en un pleito de barrio, en las alturas de la ciudad, donde vive. Aunque se le puede calificar de manso, desovilla un valor en medio de las dificultades que muchos hombres de pelo en pecho quisieran tener. Fue en medio de una trifulca que su amante de turno quedó atrapado en un barcito de mala muerte de Villa Francisca, llamado La Nevera. Lo cogieron en el callejón tratando de escaparse sin pagar, y lo estaban golpeando. A Elso le fueron a avisar, corrió dos cuadras con un ronquido que le salía de la boca, y entró al callejón repartiendo trompadas, ahogándose sin encontrar resuello, quemándose en el hervidero de una hombría que lo transformó en un león, zumbando los golpes en medio del rebujo. Casi lo tenía fuera de la trampa, cuando una botella le dio en plena cara y le hizo perder toda idea de sí mismo. A él no le preocupó cómo fueron amontonándose las horas, los días, las semanas. El tiempo era un suceder enrevesado. Al despertar tenía una venda en el ojo derecho. Primero le dijeron que era por una herida, y que después todo se arreglaría, pero sin darse cuenta le comenzó a clarear el sentido, a notar un vacío en lo que antes era el globo del ojo, a familiarizarse con las negras figuras del desastre. Antes de que se lo dijeran los médicos del hospital, Elso sabía que era tuerto.

De los hombres de la oficina solo yo fui a verlo al hospital. Esta ciudad es pequeña y un maricón que lo admite, que vive como tal, es un trueno demasiado fuerte como para que le permitan morar en el limbo de la indiferencia. Los hombres se cuidaban, Elso es simpático y obediente en su trabajo, y si no fuera por el qué dirán los muchachos lo hubieran ido a ver al hospital, hasta esperando disfrutar de alguna ocurrencia divertida, puesto que Elso es capaz de burlarse de su propia desgracia. Aunque eso no fue lo que hallé, cuando entré en la sala común del hospital, y él me reconoció. De la garganta le salió como un silbatazo ronco y triste, su voz amanerada aleteando de desesperación ante la cruda realidad:

—¡Ay, licenciado –me gritó desde lejos–, ahora sí que no soy nada en la vida, negro, pobre, maricón y tuerto! ¿Usted se imagina que un ser así sirva para algo?

Había ido porque tenía que preparar un informe para el departamento de personal. Ignoro si Elso lo sabía, pero sus exclamaciones me desarmaron. Claro, no le dije nada. Escuché compadecido el remate de la desdicha: el muchacho por el que había peleado lo dejó, ni siquiera lo había visitado en el hospital, en ese estado de convalecencia, frente al duro destino que le esperaba, ante un mundo que tendría que ser distinto puesto que no es lo mismo mirar la vida con un solo ojo, lo que más le dolía era ese abandono. Mirando a su alrededor con el único ojo que le quedaba, me lo susurró como si se estuviera confesando y yo fuera su confesor.


martes, 3 de junio de 2008


Eugenio García Cuevas estudió pedagogía, fungió como maestro por varios años, luego corrector y editor del periódico El Nuevo Día. García Cuevas publica en 1995 su tesis sobre la novela La Mañosa, de Juan Bosch, con la que obtuvo su maestría en Estudios Hispánicos y un Premio Nacional de Literatura de la Secretaría de Educación de República Dominicana. García Se ha destacado como periodista cultural. Publicó tres libros más. En el primero presenta una serie de inquietudes sobre la diáspora dominicana. En el segundo una visión sobre Andrés L. Mateo y la Generación del sesenta. Luego publica un opúsculo poético que se destaca por el verso sencillo, explosivo y de una gran imaginación poética y un ritmo muy propio. En el Campo del periodismo cultural ha sido uno de los principales animadores culturales de los últimos años. Son reconocidas sus entrevistas, las que han sido recogidas en un volumen publicado por Alfaguara[1]. Y con ellas ha ganado los principales reconocimientos que pueden lograr los periodistas en Puerto Rico, como el Premio Bolívar Pagán, del Ateneo de Puerto Rico, y el Eddie López, del Oversea Press Club. García Cuevas fue editor del periódico Diálogo de la Universidad de Puerto Rico y enseña en el recinto de Bayamón.

En García Cuevas, además de sus dotes de comunicador, encontramos al conocedor profundo, expositor de las más actuales corrientes del pensamiento latinoamericano y occidental. Es inquieto, acucioso y lector voraz. Lecturas que ha puesto a beneficio de la discusión de los principales problemas del saber y la literatura en nuestra región caribeña. Por eso su trabajo también ha sido reconocido por la asociación de filósofos de Puerto Rico.


[1] García Cuevas, Eugenio: La palabra sin territorio (hablar en la posguerra fría). Guaynado, 2004.





Liminar

Cuando mi colega Nelson Miranda me dijo que entrevistaría a un preso que ha pasado más de cuarenta años en el sistema carcelario puertorriqueño, no hice más que asociar su empresa a la Biografía de un cimarrón de Miguel Barnet (Ariel, 1969). También pasaron por mi memoria el libro Taso: trabajador de la caña de Sydney W. Minz, (Huracán, 1988). La teoría que sobre la historia estaba trabajando me ayuda a entender a un hombre del pasado que viene a iluminar el presente. Ocupan en estos tiempos mis cavilaciones, el tema de la narratividad de Paul Ricoeur y el análisis de una carta de un historiador dominicano en la que se expone el centro de la Historia como investigación del pasado. Es el tiempo el que nos relaciona con el pasado. Y esa relación que busca encontrar las huellas de nuestros difuntos, nos pone en una conversación entre el tiempo ido y el tiempo presente

Las huellas del pasado permanecen como elementos que despiertan el desciframiento de algunas claves que la memoria guarda. Y de ahí sale el interés que los humanos tenemos por desvelar un pasado oculto, traerlo al presente y darle un significado definitorio. La Historia es el estudio del pasado, pero solo tiene sentido en un presente. La Historia es el trabajo del investigador, el historiador que busca y organiza las huellas dentro de un marco teórico; el presente le da sentido a lo histórico, pero el presente tiene también, como la Historia, su propio investigador y este es el sociólogo. Él trabaja el presente, busca catalogar sus defectos, estudia los sistemas, los movimientos sociales, las posiciones de los actores más allá de del sistema… La Historia y la sociología se encuentran en el punto más significativo que es el presente, ahí donde se le da valor al pasado. Pienso que este libro de Nelson Miranda toca el pasado-presente de un sistema, visto a través de la voz de un individuo que se desplaza en el tiempo y que su propio cuerpo contiene las prácticas y las improntas del sistema, de la sociedad, de la conciencia.

Como Barnet, Miranda presta una voz a un subalterno. Crea desde la narratividad un relato que nos luce un testimonio, pues es la presencia del personaje en la acción social el que conduce el desarrollo argumental. El personaje realiza una homodiégesis en la que lo contado puede ser testificado, pues el actor estuvo allí. La expresión del investigador y la del personaje se confunden. Mirada sabe darle su espacio y no aparecer más allá que en el interlineado. El plan del sociólogo está en las mismas disposiciones textuales, en la primera mimesis, en el proyecto y en la segunda, el resultado estriba en el borrado de la voz del investigador, es ahí que entramos en el relato, en su entramado significativo.

El sociólogo hace una obra para el presente. Tiende la cuerda hacia el pasado, hacia los años de la infancia, la juventud, la vejez… de ahí la historia plantea el crecimiento de un individuo; las complicaciones sociales, la violencia, la educación. Así como los elementos que la tradición deja en la sociedad como una herencia, las prácticas de la violencia, la familia; también las relaciones productivas y la forma cómo se articulan las relaciones sociales desde la familia hasta los grupos delincuenciales. Ese testimonio lo da una persona que ha pasado la mayor parte de su vida en las cárceles y en su voz encontramos las improntas de las transformaciones de Puerto Rico, aquellos movimientos sociales que han marcado el siglo veinte: el paso de una sociedad agraria a una de perfiles fabriles. El traslado del campo a la ciudad, la inmigración y cómo el desarrollismo ha revelado una sociedad de la dependencia en alianza con el mundo estadounidense.

La lengua deja sus trazos. Se mezcla en el grano de la voz la forma jíbara del habla conjugada con la interferencia anglicada. El autor, sabiamente, ha dejado que esos rastros afloren en el texto y le da al relato un verismo que lo afianza en su propia realidad. Mientras la narración fluye mostrando la relación de ese actor como símbolo, como metáfora de un pasado, cual elemento que va hilando el tiempo y desvela los defectos del sistema penitenciario. Así la obra se abre al lector como un descubrimiento. El horizonte del lector desde la refiguración de una entrevista, en el relato homodiegético que pone en sordina la organización del investigador, integra la historia y el presente: El sistema penitenciario como cárcel del cuerpo, como lugar donde las almas en penas se consumen sin ninguna posibilidad de encontrar su paraíso. Ese paraíso que sería la tan cacareada reeducación del confinado, ese sueño que parece ser la libre comunidad.

La palabra clave en el habla del confinado es “rehabilitación”. El prefijo re- significa volver. Es una vuelta, un cambio del que debe regresar a las sendas éticos-morales de la sociedad que lo ha exiliado. El confinado quiere retornar a vida, volver a ser aceptado por la comunidad que lo expatrió; quiere sentirse apreciado de nuevo y que sus errores hayan sido perdonados; quiere integrarse al mundo del trabajo, ser un ser “normal”, dejar atrás su pasado que queda inscrito en los libros de la infamia, en el record penal, en el papel de buena conducta. Por su parte, el término habilitación está íntimamente ligado a habilidad, posibilidad y hasta al origen mismo del homos habilis, del hombre capaza de hacer y de hacerse.

La re-habilitación es, entonces, el pasaporte al presente. Haber dejado atrás el pasado delincuencial y encontrarse en el paraíso social. Muchas veces el confinado no encuentra ese paraíso. Se convierte en predicador de otra vida, de otra oportunidad más allá del paraíso terrenal de los “normales”. La voz del confinado que repite que la rehabilitación no es más que un fracaso es la voz de un ente que busca, a tientas, en la oscuridad del sistema, el camino que la sociedad le niega. Hasta ahí solo nos quedan las reformas. No puede la sociedad transformar el sistema carcelario, no puede reeducar en sus normas, ni para su normalidad. Las reformas son los movimientos en que el reconocimiento del problema se mueve y donde la política lanza sus dados para jugar una vez más, no para cambiar el sistema penitenciario, mientras miles de confinados esperan entrar a la “libre comunidad”. ¿En qué medida es libre y es comunitaria? En las mismas prisiones los ñetas establecen una comunidad de valores paralela. Ellos parecen homologar la “normalidad” de la sociedad y propulsar prácticas éticas que normalizan cierta manera de vivir y convivir en las cárceles. ¿Será que frente al fracaso en cambiar el sistema carcelario, los mismos que han delinquido presentan una alternativa? ¿Tal vez la “libre comunidad” deje de ser una panacea y la sociedad que los ñetas han establecida paralelamente, sea su propia sociedad, su propia libertad? El libro de Miranda nos presenta, desde esa voz testimonial, el origen y las vicisitudes de la Asociación ñeta.

El tema de las prisiones tiene muchas telas que cortar. Y los administradores no hacen más que zurcir el traje viejo y gastado con el que van al casino de la política a lanzar sus dados y juegan a las reformas. Mientras allá adentro, la oscuridad de las celdas y los barrotes dejan muchas interrogantes sin contestar. Nelson Miranda es un investigador dedicado al tema carcelario. Así lo muestran sus investigaciones anteriores. Asimismo es un lector de obras narrativas y a través de la voz de este confinado nos narra parte de la historia del sistema penal y pone sobre el tapete una cuestión en el que la sociedad viene tratando de solucionar desde hace mucho tiempo.

Resalta en esta obra cómo el hombre naufraga entre su educación, su medio y las normas que la sociedad le impone. ¿Es este personaje un ser signado por la maldad o las circunstancias le llevaron a delinquir? ¿Pudo el sistema judicial y carcelario reeducarlo, en las “normas” de la sociedad o simplemente vaga por más de cuatro décadas entre cárceles, fugas, amoríos, encuentros y desencuentros? ¿Se perdió su inocencia entre los expedientes, las defensas de los abogados y el mal trabajo de los oficiales socio-penales? ¿Se olvidó la sociedad de él y lo condenó para siempre? ¿Cuántos como el El Jíbaro se pierden sin la posibilidad de revertir su situación? ¿Es imposible que la sociedad perdone? El Jíbaro señala, al final de esta historia, que él se ha rehabilitado solo, y deja ver que el castigo ha sido suficiente; que los errores suyos y del sistema están ahí y deben ser cambiados.

Espero, amigo lector o lectora, que esta obra te sirva, como me ha servido a mí, para conocer y comprender un poco más un problema cardinal de Puerto Rico de hoy, que tiene su origen en el tiempo y que con tanta sabiduría y vida vivida nos los presentan El Jíbaro y Nelson Miranda en este libro. Creo que este es un libro revelador, que más allá de los valores narrativos, más allá de la teoría que lo ligan al estudio de un pasado-presente, está el corazón de un hombre que pide ser perdonado. Al leer este libro, también tú pensarás, como yo, que todos deberíamos ser perdonados por haber dado la espalda a un problema tan importante como es el del sistema correccional.

Miguel Ángel Fornerín

Universidad de Puerto Rico en Cayey

jueves, 20 de marzo de 2008


Presentación

del más reciente libro

de la

doctora Estelle Irizarry

"Las novelas El Estercolero (1898) y Estercolero (1901), de José Elías Levis"

27 de marzo de 2008 - 7 PM

Anfiteatro de la Biblioteca Nacional de Puerto Rico

Puerta de Tierra, San Juan

ENTRADA: LIBRE DE COSTO


Le invitamos a escuchar a la doctora Irizarry sobre este importante

estudio crítico e investigación en relación con El Estercolero,

el primer libro publicado en Puerto Rico en 1898,

después de la llegada de los norteamericanos a la isla

y la edición de 1901, titulada Estercolero.

Presentación - Maira Landa

Lecturas y comentarios - Eduardo Vera

Moderadora - Awilda Cáez

¡Les esperamos!

Una recuperación necesaria

El año 1898 irrumpió—como al siguiente año lo haría un huracán—trayendo consigo un cambio que apartó a Puerto Rico de cuatro siglos de gobierno español, rumbo a un destino completamente nuevo. Con las tropas norteamericanas llegaron nuevas religiones y costumbres, otra lengua y otra cultura. Sin embargo, como ha comprobado el tiempo, el país siguió hablando y rezando en español. Los cambios eran inevitables y ya se trataba de un país diferente.

Algo parecido ocurrió en la literatura. Levis publicó la única novela de 1899: El Estercolero, cuya revisión publicó en 1901 con el título de Estercolero. Una novela bifurcada en dos, en una aparente revisión que se independizó, con rutas distintas, pero conservando algunos rasgos de su origen común. José Elías Levis rompió el silencio literario del trauma del 98 y es, en más de un sentido, una novela-puente de inmenso valor para la literatura y la historia literaria de Puerto Rico.

La doctora Estelle Irizarry confirma con sus investigaciones que varios historiadores autorizados de la literatura puertorriqueña se equivocaron de fechas y, como resultado, quedó en el olvido un extraordinario novelista de de fines del XIX y principios del XX, una época crítica en la historia puertorriqueña. También establece que Levis tuvo una gran influencia sobre Enrique Laguerre, uno de los escritores más reconocidos de Puerto Rico.

Profeta del futuro, Levis fue el precursor de la novela histórica moderna en Puerto Rico y se le considera el eslabón perdido entre Zeno Gandía y la Generación del 30. Sin Levis, nuestra historia de la literatura puertorriqueña queda incompleta.

Esta es la primera vez que se publican ambos textos juntos en un solo tomo. Este libro es el tercero de una trilogía sobre Levis, producto de las investigaciones de la doctora Irizarry


sábado, 16 de febrero de 2008

Ven al Coloquio





Los departamentos de Estudios Hispánicos y Humanidades de la de Puerto Rico en Cayey invitan a los profesores estudiantes y al público en general al Coloquio: Cultura y Literatura en el Caribe que se llevará a efecto del 3 al 7 de marzo. Esta actividad contará con la presencia de destacados investigadores del área del caribeña que expondrán sus trabajos científico-humanísticos, como los doctores Christian Girault, director de investigaciones en el Centro Nacional de la Investigación Científica (CNRS), Sorbonne Nouvelle, de París Francia; Diógenes Céspedes, critico literario y director del Departamento de Español, Universidad APEC, de Santo Domingo; los escritores Magali García Ramis y Tomás López Ramírez, de Puerto Rico; también el cuentista dominicano, radicado en Miami, René Rodríguez Soriano y Edgardo Nieves Mieles, cuentista puertorriqueño de la Generación del ochenta. Además, el historiador Ernest Hallhonrat i Llurba, de Tarragona, España. Participarán los profesores de la Universidad de Puerto Rico en Cayey: Janis Gordils, José Ángel Rosado, Janette Becerra y Miguel Ángel Fornerín. El programa de actividades se inicia el lunes 3 de marzo a las 9: 00 A. M. en la Biblioteca con la apertura de la exposición de pintura caribeña de los pintores Jorge Checo, Santiago Espinal, Antonio Cortés y Richard Bello, entre otros, y la presentación del coro de la Universidad. El coloquio saluda, también, el Día Internacional de la Mujer con la conferencia de la Dra. Margarita Drago, ex prisionera política argentina.

DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS HISPÁNICOS

COLOQUIO: CULTURA Y LITERATURA EN EL CARIBE

P r o g r a m a

Lunes 3 de marzo [9:00 A. M.] Exposición de pintura del Caribe en colaboración con la Galería Arte Espinal y el Departamento de Humanidades, Lugar: Sala de Conferencia de la Biblioteca Presentación del Coro de la UPR Cayey

[10: 00 A. M. Anfiteatro 119]

Presentación del libro Colón, súbdito de la Corona de Aragón de Ernesto Vallhonrat i Llurba Tarragona, España

Martes 4 de marzo 9: 00 A. M. Anfiteatro 119 MC]
Conferencia: “Franklin Mieses Burgos y la Poesía Sorprendida” Diógenes Céspedes, Director Departamento de Español Universidad APEC, Santo Domingo

[10: 30 A. M. Teatro Ramón Frade] Los libros del Caribe: Moderadora: Janette Becera Magali García Ramis Tomás López Ramírez Janice Gordils

Miércoles 5 de marzo [10:00 A. M.] Encuentro con los profesores de Cayey Tema: La investigación en las Ciencias humanas y Ciencias aplicadas (Día de desarrollo de la Facultad)


Jueves 6 de marzo [10: 30 A. M. Anfiteatro 119 MC]
“El Caribe: Apuntes geográficos y proyecciones en el mundo contemporáneo” Christian Girault Directeur de recherche au Centre National de la Recherche Scientifique, Sorbonne Nouvelle, Paris III, Francia

[1:00 P. M.] Saludo al Día Internacional de la Mujer: Proyecto de Estudio de la Mujer Dra. Margarita Drago City University of NY Fragmentos de la memoria: vivencias de una ex-prisionera política argentina.

Viernes 7 de marzo: [10: 00 A. M Anfiteatro 119 MC]
“El cuento en Santo Domingo y Puerto Rico en la década de los ochenta” Moderador: Miguel Ángel Fornerín, René Rodríguez Soriano, Miami, Florida Edgardo Nieves Mieles, cuentista, Puerto Rico José Ángel Rosado, UPRC